Que Cristo se levantó de entre los muertos es uno de los hechos mejor
establecidos de toda la historia.
La evidencia histórica que apoya la resurrección es simplemente
abrumadora. Los escépticos que se han atrevido a examinar la evidencia,
han sido convencidos contra sus deseos; una de tales personas fue el Dr.
Simón Greenleaf, que fuera Profesor de Leyes en la Universidad de Harvard.
En 1874, el Profesor Greenleaf produjo un libro titulado "Un examen del
testimonio de los cuatro evangelistas según las reglas procesales de los
Tribunales" ("An Examination Of The Testimony Of The Four Evangelists By
The Rules of Evidence Administered In The Courts of Justice").
Un libro más popular que presenta la evidencia que apoya la resurrección
es "El factor resurrección" ("The Resurrection Factor") por Josh McDowell.
Primero que nada, ¿por qué los discípulos tendrían que robar el cuerpo? Pilato ya había consentido en entregarselo; y la tumba en la que fue colocado pertenecía a uno de ellos, quienes además habían gastado una fuerte suma en el lino y las especies, y el cuerpo era exactamente lo que querían. ¿Por qué robarlo? ¡La acusación es absurda!
En segundo lugar: si la guardia romana se hubiera quedado dormida, ¿cómo iban a saber que eran los discípulos quienes habrían tomado el cuerpo? ¿Tenemos que creer que todos los soldados dormían tan profundamente, que ninguno fue consciente de lo que estaba ocurriendo, y a la vez, que sabían justamente quienes estuvieron allí, y exactamente qué había pasado? Repito, la acusación es absurda.
En tercer lugar: un guardia romano que caía dormido en su puesto era condenado a muerte. Esos guardias eran hombres entrenados, que antes nunca se habían quedado dormidos en su trabajo. Además, no tenían que quedarse todos despiertos toda la noche, sino mantenerse vigilando por turnos: cuatro de ellos se mantendrían vigilantes, mientras los otros dormirían frente a ellos; cada cuatro horas, el otro grupo de cuatro sería despertado para tomar su lugar, y así continuamente. ¿Tenemos que creer que todos esos soldados entrenados cayeron dormidos en sus puestos, al mismo tiempo, la misma noche? ¿Tenemos que creer que todos dormían, tan profundamente que los discípulos pudieron pasar sobre sus cuerpos dormidos, rodar una enorme piedra que pesaba quizá varias toneladas, y salir cargando un cuerpo, sin despertar un sólo soldado?
En cuarto lugar: los judíos jamás negaron que la tumba estaba vacía.
Al igual que jamás intentaron encontrar el cuerpo. Y la razón es obvia:
durante los cuarenta días siguientes a la resurrección, varios cientos
de personas vieron a Jesús. Como resultado de ello, para el día de Pentecostés
casi tres mil judíos se hicieron cristianos (Hechos 2:41); y no mucho después,
también otros casi quinientos (Hechos 4:4).
Los dirigentes judíos no podían negar esos hechos. Por lo tanto,
orientaron sus esfuerzos a impedir que la gente supiera lo que había pasado
(Hechos 4:18-20 y 5:27-33).
En quinto lugar: todos los discípulos sufrieron persecución; casi todos fueron condenados a muerte por su fe en Cristo. ¿Tenemos que creer que soportaron estos sufrimientos por una mentira? ¿Es razonable creer que continuaron sufriendo por una mentira, cuando pudieron haber evitado esta persecución, simplemente negando que Cristo fue levantado de entre los muertos? ¿No es más razonable creer que soportaron la persecución debido a que estaban convencidos, más allá de sombra de duda, que Cristo había resucitado realmente?
En sexto lugar: Saúl (Pablo) era un judío fanático. Odiaba tanto
a los cristianos, que obtuvo el permiso especial de ir a otras ciudades,
para encontrarles y encarcelarles (Hechos 9:1,2); y apoyó la acción de
los judíos que dieron muerte a Esteban (Hechos 7:54-60 y 8:1-4). Sin embargo
fue súbitamente convertido, y se volvió un ferviente defensor y promotor
de la fe cristiana. ¿Por qué?
Nos dice llanamente que su vida fue cambiada, porque Cristo se le
apareció en el camino de Damasco (1 Corintios 15:8; Hechos 9:1-9). Por
causa de su conversión Pablo sufrió persecución (Hechos 9:19-31), y al
final fue condenado a muerte, todo porque estaba firmemente convencido
que Jesús había resucitado de entre los muertos.