Cuando Dios expulsó a Adán del Jardín del Edén, le dijo que de allí en adelante tendría que trabajar para vivir (Génesis 3:17-19). Y con esto dio a Adán y a sus descendientes los frutos de ese trabajo para vivir: el trabajar supone el derecho del trabajador a conservar el fruto de su labor. Significa que tenemos un derecho dado por Dios para conservar el producto de nuestro trabajo. Y ese derecho divino es fundamental para una sana economía (Éxodo 20:15.)
Para entender lo vital que es el derecho de propiedad, trate de imaginar la vida en un país donde el robo no fuese penalizado y los ladrones tuviesen mano libre. Cada empresario honesto sufriría una pérdida tras otra como resultado de los robos. Y un negocio tras otro iría a la quiebra. Para sobrevivir, algunas empresas comenzarían a engañar al personal contratado, reteniendo los salarios tanto como les fuese posible (Levítico 19:13). Otras se aprovecharían de la pobreza general resultante de los robos, ofreciendo salarios tan bajos como les fuese posible (Malaquías 3:5). Pero poca gente querría en realidad meterse en negocios y empresas; y hasta muy pocos desearían cualquier progreso, puesto que toda señal de prosperidad atraería la atención de los asaltantes. Con una situación así, toda la nación sería reducida prontamente a la pobreza.
Un paso más ahora: trate de visualizar la vida en un país donde
el robo es condenado y penalizado si es cometido por individuos, pero los
gobernantes usan la ley para robarle a la gente. Así, cuando una persona
es rica por ej., puede ser acusada falsamente de un crimen, y sus propiedades
serle confiscadas. Si levanta una empresa exitosa, puede serle "nacionalizada".
Y sin importar con cuanto esfuerzo alguien trabaje, de lo que gane
sólo se le permite conservar lo mínimo para proveer a sus necesidades básicas
("de cada quien según su capacidad, y a cada quien según su necesidad",
tal como reza el Manifiesto Comunista.) Si la persona trata por ej. de
emprender un negocio, se le obligan a pagar rígidas tasas y derechos; si
da empleo a otro, sus impuestos suben, y si le despide, tiene que pagar
un impuesto de desempleo. Si compra equipo, tiene que pagar otra vez impuesto,
y si materia prima, otra más. Y cuando transforma la materia prima en productos,
más tributos, e igualmente cuando vende sus productos. Y ni se le ocurra
mejorar sus instalaciones porque los impuestos serán más altos. Por supuesto
que cuando obtenga sus ganancias, deberá pagar otro por provento de capital.
No pagará impuesto cuando muera, pero sí sus herederos, para tomar posesión
de su herencia.
Brevemente: cuanto más trabaja, más se le quita. Si este tipo de
robo descarado se permite a un gobierno tan opresivo, ¿no es claro y seguro
que vaciará la economía, y los niveles de vida se reducirán?
En este punto seguramente alguno recordará que la Biblia nos
dice que paguemos nuestros impuestos. Pero si bien nos dice que pongamos
la otra mejilla, ello no da a nadie derecho a andar abofeteando a los demás.
Si los gobernantes nos hacen un servicio protegiendo nuestras vidas, libertad
y propiedades, deben ser pagados. De hecho los impuestos son simplemente
el pago de una factura por servicios prestados; y la Biblia pone muy claro
que los gobiernos no deben cobrarnos de más por estos servicios. Ni tampoco
abusar de su poder tributario para hacerse ricos o aparecer como benefactores
a expensas nuestras (Lucas 22:25,26; Mateo 17:24-27; Éxodo 20:15; Levítico
19:11; 1 Timoteo 1:1,2; Romanos 13:1-6.)
Así como el derecho a la propiedad es básico para una economía
sana, de igual manera el derecho a la vida y a la libertad. De hecho nuestra
vida y libertad son algo que poseemos, de modo que en cierto sentido pueden
verse como propiedad nuestra.
Al condenar el homicidio, Dios nos ha dado el derecho a la vida
(Éxodo 21:16). Y si bien la esclavitud no fue totalmente abolida por las
leyes mosaicas, Dios puso una limitación sobre esa atadura: a los creyentes
que fueron forzados por las circunstancias a venderse a sí mismos en servidumbre,
su libertad debió serles devuelta luego de un período de contratación (Éxodo
21:2; Levítico 25:10.)
Para ver más claramente cómo nuestros derechos a la vida y
a la libertad se relacionan con la economía, trate de visualizar un país
donde la vida y la libertad no sean protegidas. Prontamente cada quien
dictaría la ley por su cuenta. La gente viviría en constante temor, y temería
confiar en otros. Nadie pagaría buenos salarios, pudiendo hacerse de esclavos
que trabajen por nada. Como el futuro sería muy incierto, se viviría sólo
para el presente, y el trabajo honesto sería enseguida tan despreciado
como el servil. Pereza y autoindulgencia serían exaltados como los más
elevados bienes. Y la verdadera libertad estaría muy restringida por las
reglamentaciones arbitrarias y gravosas de los más fuertes.
De hecho, la negación de nuestros derechos a la vida y libertad
sería tan desvastadora para la economía como lo es la del derecho de propiedad.
Lo que quiero exponer es que para que la economía de cualquier
país prospere, sus gentes deben respetar la Ley de Dios (Proverbios 14:34).
Y además, debe su gobierno proteger nuestros derechos dados por Dios a
la vida, libertad y propiedad, mediante el pronto y eficiente enjuiciamiento
de los criminales (Eclesiastés 8:11). Y finalmente, debe su sistema legal
obligar a que sus gobernantes también cumplan la ley, anticipando procedimientos
para ser ellos mismos enjuiciados cuando son culpables de cometer un crimen
(Romanos 13:1; 1 Pedro 2:14; Filipenses 2:10). Y cumplidas estas condiciones,
no deben sus gobiernos interferir en las vidas de las personas, sino dejarles
en paz, permitiendoles la libertad de conducir pacífica y tranquilamente
sus vidas con toda santidad y honestidad (1 Timoteo 1:9 y 2:2).
Ahora bien, un sistema de gobierno que respeta y asegura nuestros derechos dados por Dios a la vida, libertad y propiedad, no produce prosperidad de manera automática. Simplemente lo que brinda a la gente es la oportunidad de mejorar su suerte en la vida, que naturalmente va aneja a la seguridad que necesita para conservar y disfrutar de los frutos de su trabajo. Pero el modo como las personas empleen esta oportunidad, puede diferir de una a otra cultura. Aunque sin embargo, el cristiano vería esa oportunidad como una para servir (Filipenses 2:5-7.)
Como cristianos no deberíamos nunca ver los negocios como meros
medios de obtener el dinero de los otros (Éxodo 20:17). Ni el beneficio
como algo a sacar cobrando por un producto más de su valor (Amós 8:5).
Si estamos en los negocios es para servir, y la honestidad nos obliga a
dar por igual valor de lo que recibimos. Si Dios le ha llamado a Ud. a
ser panadero, entonces le ha llamado a servir a otros haciendo su trabajo
lo mejor que Ud. sabe hacerlo. Y lo mismo cualquiera sea su llamado o vocación
en la vida. Si es carpintero Ud. sirve haciendo muebles y aberturas; si
plomero, reparando tuberías; y si abastero, haciendo que los abastos estén
disponibles al menudeo (1 Corintios 10:31).
Análogamente, si otro decide pagar por el servicio de Ud., no debe
ser porque es engañado, o porque se le han quitado otras alternativas,
sino porque le es más provechoso ganar el dinero necesario y pagarle a
Ud., que hacer el trabajo por sí mismo. Así, desde la perspectiva cristiana,
ganamos todos. Este honesto y honorable enfoque de las empresas y los negocios
es el fundamental para nuestra economía.
Y la importancia de esta perspectiva cristiana se observa con
más claridad cuando la comparamos con el enfoque que hasta hace poco prevalecía
en el Oriente. En lugar de ver la riqueza como el aumento en los bienes,
que viene con la bendición de Dios, tal como el crecimiento de los rebaños
de Abraham, los orientales tendían a equiparar riqueza con dinero. Dado
el monto total del dinero existente como una cantidad fija, pensaron que
toda ganancia era obtenida en detrimento de algún otro. Por tanto, para
hacer una ganancia en una transacción, buscaban obtener más dinero de lo
que daban a cambio, y por eso toda mercancía oriental fue considerada equivalente
a un producto chapucero, mala fama que se ha superado sólo recientemente,
por emulación de los valores occidentales.
El orgullo por el buen trabajo hecho a conciencia; la importancia de una buena reputación comercial; la honestidad en la publicidad; y la garantía brindada a satisfacción del consumidor, son valores económicos, que arraigan todos en la Palabra de Dios. Las bendiciones que esos valores han derramado sobre nuestra sociedad ilustran la sabiduría de los mismos. Esa sabiduría es así resumida por François Chateaubriand:
"Hay dos tipos de consecuencias en la historia: las inmediata
e instantáneamente reconocidas, y las más distantes y a primera vista no
percibidas. A menudo se contradicen unas y otras. Y se advierten con nuestra
sabiduría de corto plazo las primeras, mientras que las segundas con la
de largo plazo. El evento providencial aparece después del humano; detrás
del hombre se levanta Dios. Ud. podrá negar tanto cuanto quiera la sabiduría
suprema, o no creer en su acción; podrá disputar sobre las palabras, llamando
"fuerza de las circunstancias", o "razones", a eso que la gente corriente
llama providencia. Pero observe al final de cualquier hecho ya cumplido:
verá que siempre se ha producido lo opuesto de lo que se esperaba cuando
de entrada no hubo base en la moralidad y la justicia." (Citado en "Lo
que se ve y lo que no", por Fredric Bastiat.)
"La ley" (The Law) por Fredric Bastiat.
"Lo que se ve y lo que no" (What Is Seen And What Is Not Seen) por
Fredric Bastiat.
"La rueda salvaje" (The Wild Wheel) por Garet Garrett.
"La economía en una lección" (Economics In One Lesson) por Henry
Hazlitt.
"Economía básica" (Basic Economics) por Clarence B. Carson.
"La acción humana" (Human Action) por Ludwig Von Mises.
Nota del traductor:
Mises y Hazlitt son autores muy traducidos al español. Pueden conseguirse
las siguientes obras de Ludwig von Mises, de la Editorial Unión: "La acción
humana"; "Liberalismo"; "Socialismo"; "La mentalidad anticapitalista";
y "Seis lecciones sobre el capitalismo".
Y también dos de Henry Hazlitt de Editorial Unión: "La economía
en una lección" y "La conquista de la pobreza". Del mismo Hazlitt, de Editorial
CESL están: "¿Puede sobrevivir la empresa libre?" y "Tres conceptos fundamentales".
Y en Editorial Nova, de Henry Hazlitt: "El pensar como ciencia".