MISERICORDIA Y NO SACRIFICIO
UNA MIRADA A LA PALABRA DE DIOS
por GARY RAY BRANSCOME


"Si supieseis lo que significa 'Misericordia quiero y no sacrificios', entonces no condenaríais a los inocentes." (Mateo 12:7, Oseas 6:6.)

 Debido a que Dios quiere misericordia, instituyó una variedad de sacrificios en el Antiguo Testamento, cuyo propósito fue apuntar a la gente a Cristo. No fueron establecidos como actos de obediencia, sino como medios de conducir a las personas a creer que el Ungido de Dios ha hecho reparación y expiación por los pecados de ellas, que otro ha muerto en su lugar, y que sus pecados están cubiertos por su sangre. Los sacrificios se instituyeron para exaltar a Cristo, no al hombre.

 Tan simple como es esta verdad, poca gente la comprendió. Muchos supusieron que sus actos de obediencia eran lo agradable a Dios. La gente hoy comete el mismo error. Pero el mismo Dios que dijo "Misericordia quiero y no sacrificios", diría en relación al acto del bautismo "Misericordia quiero y no un acto de obediencia." ¡No ha cambiado! Así como instituyó aquellos sacrificios para apuntar a la gente a Cristo, igual en el Nuevo Testamento lo hizo con el bautismo. El bautismo se establece como medio de decirles a todos quienes vienen a Cristo que sus pecados son lavados. El perdón no deviene por causa de ser bautizados, sino porque a través del bautismo creemos que Cristo ha lavado nuestros pecados.
 La fe es creer que Cristo ha lavado nuestros pecados. Por esta razón Pedro dijo a la multitud el día de Pentecostés: "Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros, en el nombre de Jesucristo para remisión de pecados." Y por esto Ananías dijo al arrepentido Saúl "¿Por qué te demoras? Levantate y sé bautizado, lava tus pecados, invocando el nombre del Señor." (Hechos 2:38 y 22:16.)

 Dios quiere misericordia, no un acto de obediencia. No conozco iglesias enteramente fieles a todo lo que el Nuevo Testamento dice sobre el bautismo. Un grupo hace del bautismo un acto de obediencia que trae salvación, otro lo hace un acto de obediencia meramente simbólico, y un tercero lo hace un medio de conferir el don de la fe a los bebés.
 Ninguna de tales enseñanzas acierta el punto: el agua no es lo que quita nuestros pecados sino la Palabra de Dios, la buena nueva del perdón en Cristo, que el agua meramente proclama, aunque la buena nueva en sí es más que sólo un acto simbólico, es el poder de Dios para la salvación (Romanos 1:16).

 Ser bautizado por un discípulo de Cristo es serlo por Él mismo, que nos bautiza por medio de sus discípulos (Juan 4:1-2). Obrando a través de sus discípulos, Cristo está tras ese agua que lava y sus movimientos, pero como una manera de decirnos que es Él mismo Quien está lavando nuestros pecados. Quiere que así lo creamos, porque es la creencia en que Cristo ha lavado nuestros pecados lo que los remueve, y no el agua, un mero instrumento que Jesús emplea para ayudarnos a creer.
 Por tanto, si verdaderamente queremos ser fieles servidores de Cristo, diremos acerca del bautismo lo que la Biblia dice, y nos olvidaremos de la falsedad del "mero acto de obediencia. (Ver Hechos 2:38 y 22:16; Gálatas 3:27; 1 Pedro 3:21; Lucas 3:3; Marcos 1:4.)
 

LA CENA DEL SEÑOR

 Así como el bautismo fue instituido para apuntarnos a Cristo, igual la Cena del Señor. Es mucho más que un "acto de obediencia" sin otro significado. Cristo mismo habló del Nuevo Testamento o Nuevo Pacto, en Su sangre (Mateo 26:28; Marcos 14:24; Lucas 22:20; 1 Corintios 11:25). Quiso la Cena como instrumento de misericordia, no como acto de obediencia. Y a través de esa Cena, la misericordia de Dios nos llega cuando por causa de ella creemos que el cuerpo de Cristo fue dado a nosotros y Su sangre derramada por nosotros para remisión de pecados (Lucas 22:19-20). ¡Cristo instituyó Su Cena para decirnos eso! Y a través de la misma nos conduce a creer que hemos verdaderamente recibido Su cuerpo y sangre para remisión de pecados (1 Corintios 11:24-27.)

 A fin de entender mejor cómo Dios emplea la Cena del Señor, trate de visualizar una pobre mujer campesina, que está bajo la convicción de sus pecados, y anhela su seguridad por la misericordia y perdón de Dios. Ella no puede leer la Biblia por sí misma, su pastor no está predicando el evangelio como debería; pero ella cree que en la Cena del Señor recibirá el cuerpo y la sangre de Cristo para remisión de sus pecados (Mateo 26:28). En tanto participa de la Cena del Señor ella cree que está aceptando el propio cuerpo y sangre de Cristo para remisión de sus pecados; y así está aceptando a Cristo como su Salvador. No hay diferencia entre aceptar el cuerpo y sangre de Cristo para remisión de los pecados, y aceptar a Cristo para remisión de los pecados. El perdón le llega a ella no por lo que come y bebe, sino porque mediante lo que come y bebe es como cree que ha recibido el cuerpo y sangre de Cristo para perdón de los pecados (Romanos 5:2).
Esto debería dejar claro que en la Cena del Señor, Cristo nos da verdaderamente Su cuerpo y sangre no como comida, sino como expiación por nuestros pecados. Y sólo quienes aceptan Su cuerpo y sangre como expiación por sus pecados son merecedores de participar (1 Corintios 11:27-29.)

 Esta verdad llevó a John Bunyan (el Apóstol Bautista de Inglaterra) a decir:
 "Pensando en esa bendita ordenanza de Cristo que fue Su última cena con Sus discípulos antes de Su muerte, se me hizo verdaderamente preciosa la Escritura: 'Haced esto en memoria Mía' (Lucas 22:19.) Por ella el Señor trajo a mi conciencia el descubrimiento de Su muerte por mis pecados, como si me lo hubiese lanzado encima ... Después del cual descubrimiento, usualmente me he estado sintiendo a gusto en la participación de esa bendita ordenanza. Confío en haber discernido que el Cuerpo del Señor fue quebrado por mis pecados, y que Su preciosa sangre fue derramada por mis transgresiones."
 (Tomado del libro "La gracia abundante para el primero de los pecadores" [Grace Abounding To The Chief Of Sinners, 1666] por John Bunyan, págs. 146-147.)
 

LA LEY DE DIOS

 La frase "Misericordia quiero y no sacrificios" puede no haber sido comprendida por los fariseos, debido a que veían la ley como fuente de justicia y rectitud. Erróneamente pensaron que el favor de Dios venía a través de actos de obediencia más bien que de arrepentimiento (2 Corintios 3:6-18).
 Externamente, los hipócritas de hoy parecen haberse ido al extremo opuesto: aprueban pecados incluso claramente abominables, como por ej. la homosexualidad. Sin embargo, e igual que los fariseos, son ciegos al hecho de que el perdón viene sólo con el arrepentimiento, sin el cual no hay remisión de pecados (Hebreos 11:6.)
 Cuando Dios dispuso que la ley política del país estableciese la pena de muerte para homosexualidad y adulterio, lo hizo como acto de misericordia, ya que sin condenaciones como esas, unos tremendos y endurecidos pecadores raramente se arrepentirían (Éxodo 22:16-21; Levítico 20:10-16.)
 Por eso, quienes rehusan condenar tan abiertos pecados, realmente odian a la gente que los comete, puesto que hacen precisamente aquello que los mantiene en los mismos, sin arrepentimiento alguno. Los verdaderos "traficantes de odio" son quienes condonan sus pecados, aún cuando Satanás tiene engañado al mundo para que crea precidamente lo contrario. Si nuestro gobierno fuese fiel a Dios, y la ley del país estableciese la pena de muerte para adulterio y homosexualidad, mucha menos gente cometería semejantes pecados, y además estarían temerosos de que alguien los descubriese, y ese temor constante les haría avergonzarse de cometerlos, para comenzar. Se sentirían condenados y manchados, y con gusto saldrían de sus pecados a buscar el perdón de Dios. Esto es lo que Dios quiere: misericordia; pero Su misericordia llega sólo al arrepentido.
 

CONCLUSIÓN

 A través de la historia, Dios ha alcanzado a la gente con Su misericordia, pero la mayoría de ellos se han endurecido en su falta de arrepentimiento (Mateo 23:37). Si queremos ver salvadas sus almas, es de extrema importancia que comprendamos las palabras "Misericordia quiero y no sarificios." Sólo al entenderlas, estaremos haciendo buen uso de la ley, para que las personas se vean como pecadoras que son -no como justas y correctas-; y del evangelio y las ordenanzas evangélicas de Bautismo y Cena del Señor -así como de la predicación-, para asegurarles de la misericordia de Dios en Cristo.



 
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